Por María Esther Silva
La educación debe tener dos objetivos fundamentales desde las primeras etapas: descubrir fortalezas, talentos y dotar del conocimiento necesario al niño sobre sus habilidades.
Desde ese punto de vista, tal descubrimiento abriría la puerta a la autoestima, pues el alumno logra comprender su valor y adquiere la posibilidad de alcanzar mayores logros. También abre el desarrollo de la espiritualidad, dado que es nuestra potencialidad la que nos hace feliz, nos empuja, nos ofrece el propio reconocimiento y eso es lo que podemos ofrecer a los demás desde el amor y el disfrute.
Si la educación se enfocara en la potencialidad de cada alumno, podría enriquecer a toda una generación y al futuro de la humanidad.
Solo a través de la dedicación absoluta y la disciplina se logra despertar el potencial de una persona. No hay otro camino. La facilidad natural de realizar cierta actividad y el disfrute al ejecutarla, nos indica que estamos frente a nuestros talentos, y si a esto se le suma el conocimiento y la práctica intensa, nos convertiremos en individuos virtuosos.
Desde el punto de vista de la Neurociencia, los talentos son conexiones sinápticas más fuertes y profundas. Son la autopista, la materia prima más importante para desarrollar fortalezas. Al identificar el talento, por lo menos uno de ellos, el más poderoso, perfeccionándolo con base en las destrezas y el conocimiento, se está construyendo una vida sólida, porque viviremos desde la pasión.
Sir Ken Robinson en su libro «El elemento» se refiere al lugar donde convergen las cosas que nos gusta hacer y las cosas que podemos lograr con mucha facilidad.
El autor señala que es imprescindible que cada uno de los seres humanos encuentre su elemento, no solo para alcanzar la realización personal, sino también para que el mundo evolucione. El futuro de las comunidades e instituciones dependerá de eso.
Es inminente propagar la cultura del talento en nuestras instituciones educativas y comprender que este se expresa de forma diferente en cada individuo, y eso ratifica el respeto por las diferencias y ritmos de cada alumno.
Mucha gente se gradúa insegura de sus verdaderas aptitudes y sin una clara visión de qué camino quiere tomar. Son demasiadas las personas, según Robinson, que tienen la sensación de que las escuelas no valoran las cosas para lo cual son buenos.
Señala que los sistemas educativos del mundo tienen estas características:
- Obsesión por el análisis crítico, el razonamiento, las matemáticas y el lenguaje, y resulta que el ser humano es más que eso. Dejan a un lado cualquier tipo de actividad que implique el alma, el cuerpo, los sentidos y buena parte del cerebro. En consecuencia, los sistemas educativos tienen una visión reduccionista de lo que es la inteligencia y la capacidad personal.
- Las materias tienen jerarquía. Las más importantes son las matemáticas, la ciencia y la lengua. Las menos valoradas son el arte, la música, es decir, todo lo que tenga que ver con la creatividad. Esto explica porqué a los 40 años de edad solo nos quede el 2 % de la creatividad que teníamos en el preescolar, un dato que corrobora un interesante estudio de la Organización Gallup.
Todo niño empieza en el sistema escolar con una imaginación brillante, una mente fértil y una buena disposición a expresar lo que piensan. La educación tradicional, que está vigente desde la Era Industrial, limita el tipo de pensamiento que se necesita en el siglo XXl, que es el divergente, el creativo, el no lineal, para estar en capacidad de afrontar los continuos y rápidos cambios de la sociedad.
Las grandes empresas hoy día afirman que lo que necesitan son personas creativas y capaces de pensar por sí mismas, pero esta afirmación no solo se refiere a nivel laboral, sino que buscan personas cuya vida tenga un objetivo y un significado dentro y fuera del trabajo (inteligencia emocional).
Tal es el ritmo del cambio que nadie sabe cómo será el mundo en 10 años. Hay dos impulsores del cambio: la tecnología y la demografía.
La tecnología está abriendo una brecha generacional: los más pequeños están creciendo rodeado de una tecnología muy avanzada y ya superan a los adolescentes de su generación, y esta revolución solo está comenzado. Estas fuerzas impulsoras culturales y tecnológicas están produciendo una revolución en la economía a nivel mundial y hace crecer la diversidad y la complejidad en nuestra vida diaria.
Para sintetizar y dejar claro, el «Elemento» del que nos habla Robinson es el punto de encuentro entre las aptitudes y las inclinaciones naturales, y este autor propone que todos deberíamos llegar a la Zona: estar en lo más profundo del Elemento.
Cuando estamos en la Zona somos felices, hablamos, sentimos, respiramos diferente, nos conectamos con nuestra esencia. Cambia la percepción del tiempo, porque tanto es el disfrute, que este pasa muy rápido.
Cuando encontramos nuestro Elemento y lo practicamos, entramos en nuestra Zona y compartimos parte de nuestro tiempo con nuestra Tribu, que son las personas que tienen nuestros mismos intereses y talentos.
Por esta razón, Robinson propone que los salones de clases deberían estar clasificados por talentos y no por edades. De esta manera se afinarían sus potencialidades, se produciría una sensación de comunidad en el aula de clases, se lograría una empatía total. Aprenderían los unos de los otros.
Para pasar a esta etapa en la educación ideal para el ser humano, es indispensable seguir rompiendo con las viejas estructuras del modelo educativo.