Por María Esther Silva
Al venir al mundo somos un lienzo en blanco con grandes posibilidades. Pero los programas de comportamiento de nuestros padres y adultos significativos, la cultura y religión van introduciendo creencias de lo que es bueno y malo. En otras palabras: nos domestican.
En los primeros años de vida cuando esto sucede, no tenemos la capacidad de elegir algo diferente. Hasta los siete años somos altamente programables: las ondas cerebrales son lentas y toda esa información va al subconsciente sin cuestionarse.
Como padres o maestros al ser conscientes de nuestro impacto en los niños, debemos cuidar nuestras palabras y comportamientos.
Utilicemos declaraciones que les den a nuestros niños la oportunidad de crear una vida llena de posibilidades, no de limitaciones que arrastramos de generación en generación.
¡Es tiempo de cambiar!